miércoles, mayo 21, 2025
Quien ama no se aferra tan sólo a los «defectos» de la amada, ni a los caprichos o debilidades de una mujer; mucho más duradera e inexorablemente que cualquier belleza le atan las arrugas del rostro y las manchas de la piel, los vestidos raídos y un andar disparejo. Esto se sabe hace ya tiempo. ¿Y por qué? De ser cierta esa teoría según la cual las sensaciones no anidan en la cabeza, y sentimos una ventana, una nube o un árbol no en el cerebro, sino más bien en el lugar donde los vemos al contemplar a la mujer amada también estamos fuera de nosotros mismos. Aunque, en este caso, torturadamente tensos y embelesados. Deslumbrada, la sensación revolotea como una bandada de aves en el resplandor de la mujer. Y así como los pájaros buscan refugio en los frondosos escondites del árbol, las sensaciones huyen hacia las arrugas umbrosas, los gestos sin gracia y las manchas insignificantes del cuerpo amado, donde se acurrucan, seguras, como en un escondrijo. Y ningún paseante ocasional adivinará que precisamente ahí, en aquellos rasgos imperfectos, criticables, anida, veloz como una flecha, el ímpetu amoroso del adorador.
"Estas plantaciones se encomiendan a la protección del público"
jueves, mayo 15, 2025
Andrea Marcolongo
Etimologías para sobrevivir al caos
miércoles, mayo 14, 2025
Llámalo por su nombre - Editorial
lunes, mayo 12, 2025
Me gusta la escritura pastosa, aromática, líquida, pegajosa, rasposa, llena de arbustos, de costras, de abismos, de contradicciones, de incertidumbres.
Aunque, si me preguntas, siempre pienso que la escritura que más me gusta, es la que está en desventaja, la que está pudriendose sin cocinarse, la que nunca se logró, la que no existe fuera del cuerpo de quien no la ha escrito, y la trae atorada en la garganta, en el pecho, en el estómago, en las entrañas, en el culo, o corriendo por su sangre, o expulsándola a cada respiración. Esa es la que prefiero, la que me gusta pensar que mantiene viva a su autora, que se enfrenta al mundo como si fuera una gran piedra, y no logra tumbarla para escribir, pero sigue rumiando las palabras, sus sonidos, las ideas siguen flotando en su cabeza. Esa escritura se sigue añejando, sigue tomando un cuerpo, aunque nunca llegue a la hoja. Esa escritura que no se logra no me parece un fracaso, al contrario, su existencia fantasma sostiene la que si nace, la que sí anda.