viernes, junio 16, 2017
Hoy en la clase de Tai Chi hacemos el movimiento de la grulla. Movemos nuestros brazos en círculos, como alas que se despliegan. No es un movimiento sencillo. Hay que tener mucha coordinación. P se enoja y sale del salón. Luego vuelve y dice que está molesta, que antes ella podía hacer el movimiento con facilidad y ahora no lo logra. Para ella, esto es un retroceso.
El maestro le dice que es lo mismo para todos. Que no debe ser tan severa con sí misma. Que cada cuerpo tiene sus propios tiempos. Pero a P ese comentario la exhibe aún más vulnerable y dice "No. No es lo mismo. Ellos están jóvenes".
P está enojada. No se perdona envejecer.
Su cuerpo es, cada día más, un rastro de aquel lleno de poder, con el que se paraba en escenarios cautivando públicos alrededor del mundo.
El maestro le dice que no hay nada de malo en ganar años, que es normal que pase el tiempo. Pero ella, después de mucho argumentar, como niña cansada pero sin aceptar una derrota, dice "es que quien envejece es quien está más cerca de irse y yo tengo miedo".
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