Borrador 1 de mi versión de la biografíad de Caravaggio:
El Diablo en su espalda
El diablo está en los
detalles, declara un dicho.
Caravaggio se creyó si
no el dueño de los detalles, sí su más ferviente explorador y pionero: el
brillo en los metales, la suavidad de las telas, las extremadamente largas uñas
de una mano, las sucias plantas de unos pies, sus quebrados talones, los
pliegues de la piel, un charco de sangre, un dedo escurriéndose por una palma, otro
dedo atravesando las capas de piel, la malicia en las bocas, las elegantes
vestimentas, la ingenuidad en los ojos. Creyó poder controlar los detalles a su
antojo. ¿Será que así sentía que atrapaba por unos instantes al diablo que los
habita? ¿será que así intentaba domarlo?
Se sabe que después
de dejar Milán, su ciudad natal, y ya instalado y con cierta fama ganada en
Roma, fue en esa ciudad en donde miró al diablo de frente al menos dos veces.
La primera, en el rostro de una prostituta ahogada en el Río Tiber, el cual
luego lo usó para representar a la Virgen María. La segunda, cuando en una
trifulca, con su cuchillo –al que nunca dejaba pese a todos los problemas en
los que ya lo había metido– atravesó el torso de Ranuccio Tommasoni, su rival
en lucha y le quitó la vida.
Huyó de Roma para
evitar ser encarcelado (sintió el peso de su diablo y cómo, aferrado a sus
hombros, se marchó con él). Se refugió en Nápoles. Ahí su miedo a ser encontrado le hizo ser más
reservado con la luz, a esconderse andando en las sombras. Encontró en este
habitar en los márgenes de las tinieblas una forma de decir que luego se le ha
conocido como tenebrismo.
Siguió intentando
contener a ese diablo que lo dominaba en los detalles, cada vez más precisos,
cada vez más aguzados.
No fue apresado por
su crimen. –Aunque hacía ya tiempo que él vivía apresado por ese diablo al que
tanto quería atrapar; quería bajarlo de sus espaldas, silenciar sus susurros
que no paraban de decirle “corre por aquí, ahora por allá”, “avienta estas piedras”, “golpea al mesero”, “grita”,
“acábate el vino”, “sigue a ese joven”, “saca el cuchillo”–.
También a la hora de
pintar su diablo en sus espaldas le susurraba “pinta esa pera de un lado jugosa
del otro podrida”, “pinta esas uvas con una dulce luz para que parezcan
caramelos pero nunca nadie podrá probarlos”, “pinta esas mejillas como
melocotones, para que los deseosos las añoren pero sufran sabiendo que no las
pueden tocar” “pinta los labios de ese muchacho voluptuosos, pinta esa línea
del cuello larga y suave”, entre otros.
Fue hasta unas horas
antes de su muerte, tendido en las playas de Porto Ercole sin fuerzas para
seguir corriendo tras el barco que llevaba todas sus pertenencias que supo que
el diablo que buscaba apresar era él mismo.
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