lunes, noviembre 18, 2019



 Borrador 1 de mi versión de la biografíad de Caravaggio:

 
El Diablo en su espalda

El diablo está en los detalles, declara un dicho.

Caravaggio se creyó si no el dueño de los detalles, sí su más ferviente explorador y pionero: el brillo en los metales, la suavidad de las telas, las extremadamente largas uñas de una mano, las sucias plantas de unos pies, sus quebrados talones, los pliegues de la piel, un charco de sangre, un dedo escurriéndose por una palma, otro dedo atravesando las capas de piel, la malicia en las bocas, las elegantes vestimentas, la ingenuidad en los ojos. Creyó poder controlar los detalles a su antojo. ¿Será que así sentía que atrapaba por unos instantes al diablo que los habita? ¿será que así intentaba domarlo?

Se sabe que después de dejar Milán, su ciudad natal, y ya instalado y con cierta fama ganada en Roma, fue en esa ciudad en donde miró al diablo de frente al menos dos veces. La primera, en el rostro de una prostituta ahogada en el Río Tiber, el cual luego lo usó para representar a la Virgen María. La segunda, cuando en una trifulca, con su cuchillo –al que nunca dejaba pese a todos los problemas en los que ya lo había metido– atravesó el torso de Ranuccio Tommasoni, su rival en lucha y le quitó la vida.

Huyó de Roma para evitar ser encarcelado (sintió el peso de su diablo y cómo, aferrado a sus hombros, se marchó con él). Se refugió en Nápoles.  Ahí su miedo a ser encontrado le hizo ser más reservado con la luz, a esconderse andando en las sombras. Encontró en este habitar en los márgenes de las tinieblas una forma de decir que luego se le ha conocido como tenebrismo.

Siguió intentando contener a ese diablo que lo dominaba en los detalles, cada vez más precisos, cada vez más aguzados.

No fue apresado por su crimen. –Aunque hacía ya tiempo que él vivía apresado por ese diablo al que tanto quería atrapar; quería bajarlo de sus espaldas, silenciar sus susurros que no paraban de decirle “corre por aquí, ahora por allá”,  “avienta estas piedras”, “golpea al mesero”, “grita”, “acábate el vino”, “sigue a ese joven”, “saca el cuchillo”–.

También a la hora de pintar su diablo en sus espaldas le susurraba “pinta esa pera de un lado jugosa del otro podrida”, “pinta esas uvas con una dulce luz para que parezcan caramelos pero nunca nadie podrá probarlos”, “pinta esas mejillas como melocotones, para que los deseosos las añoren pero sufran sabiendo que no las pueden tocar” “pinta los labios de ese muchacho voluptuosos, pinta esa línea del cuello larga y suave”, entre otros.

Fue hasta unas horas antes de su muerte, tendido en las playas de Porto Ercole sin fuerzas para seguir corriendo tras el barco que llevaba todas sus pertenencias que supo que el diablo que buscaba apresar era él mismo.


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