Desde que existe la escritura, las lectoras han aprendido,
exactamente igual que los lectores, a ver el mundo a través de los ojos masculinos.
Nancy Huston
De niña, cuando escribía, lo hacía como si fuera hombre. Me refería a mí misma como hombre y cuando leía lo que escribía escuchaba una voz masculina detrás de mis diarios, poemas, cuentos, etc. Ahora entiendo que esto me pasaba porque había crecido leyendo textos escritos por hombres. Desde la Biblia hasta revistas científicas, así como libros que mis papás me compraban o ya tenían. Incluso Mafalda, la pequeña chica que fue mi modelo a seguir en la niñez, había sido escrita por un hombre. Supongo que si un hombre creciera leyendo solo textos escritos por mujeres le pasaría algo similar, aunque en sentido contrario. Lo relevante aquí es que no recuerdo que en mi casa, entre los pocos libros que había, hubiera alguno escrito por una mujer.
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Mis alumnos cuando se presentan al inicio del semestre normalmente hablan de lo que les gusta hacer. Con frecuencia, algunas de las chicas, al menos una o dos en clase, dicen que no les gustan las historias de amor y que les gustan los deportes (normalmente lo dicen como si estos fueran polos opuestos). Noto un cierto orgullo cuando cuentan que desde niñas han sido muy masculinas, es decir, que no jugaban con muñecas ni vajllas y que preferían escalar árboles. Sin embargo, ninguno de mis alumnos hombres, no ha dicho nunca que sus gustos no son masculinos. Ninguno, con cierto orgullo ha dicho que prefiere las actividades femeninas –entendidas estas desde cualquier perspectiva, desde lo masculino, tradicionalmente opuesto a lo femenino o desde alguna perspectiva menos dicotómica.
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