viernes, abril 15, 2016



La primera vez que leí en una clase "The Tiger" de William Blake, me impactó su poder. Luego, cuando miré la imagen que le acompaña sentí una gran decepción. ¿Cómo podría, ese tigre afable, ser "El Tigre" que brillaba en el "bosque de la noche"? Me inquietaba mucho la imagen (tal vez esa es una de las razones por las que ahora estudio  la relación entre texto e imagen). 
Una noche, en una cena en casa de unos amigos, había un hombre a quien nunca había visto y que se portaba atractivamente amable conmigo y que intentaba entablar una conversación;  yo no podía prestarle más atención que al resto, ya que iba acompañada.  Finalmente, en un momento que coincidimos sentados en un sillón, al empezar a platicar resultó que él conocía bien el poema y me dijo que justo aquella tensión que me inquietaba era la clave. No pude no sentirme atraída por aquel hombre. Luego, como era de esperarse, lo nuestro se volvió una relación llena de tensiones, poderosas y decepcionantes –como la clave al poema de Blake– que a nosotros terminaron separándonos. 

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