martes, abril 12, 2016
Hans Blumenbeg, en sus trabajos sobre el mito, ha arrojado luz sobre el papel que ha desempeñado en la evolución del hombre la imposición de los nombres. La onomathesia, al poner orden en la caótica pluralidad de los entes, distribuyéndolos según contigüidad y sucesión, permitió al hombre primero habitar el mundo y después adueñarse de él. La permanencia de los nombres, que del mito pasan a la ciencia –Blumenberg pone el ejemplo de los nombres de los astros que la astronomía ha heredado de la astrología–, atestigua, además, la continuidad de las operaciones de la mente humana. A decir verdad, Blumenberg, más que la continuidad de la acción de nuestra mente, muestra, contra su misma tesis, la potencia limitadora de la episteme, que lo lleva a pensar que las cosas están incluso antes que los nombres, aunque desordenadamente. Desgraciadamente, los nombres no se encuentran ante sí las cosas hechas, como sugiere el Génesis. Nadie lleva ante el hombre a los animales del cielo y de la tierra para que les ponga nombre, ni el hombre lleva en el nombre y con el nombre las cosas creadas al Creador. Antes de los nombres no hay cosas, ni singulares, ni universales. Antes de los nombres no hay cosas ni mundo. Antes de los nombres existe... lo sin-nombre, un indiferenciado "antes" que no podemos nombrar, algo que surge ante nosotros sólo con el nombre, que lo determina, lo define, lo circunscribe inscribiéndose en ello.
Vincenzo Vitiello
"Palabras sin imágenes"
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