jueves, diciembre 11, 2025



Un tronco cae en la cabeza de una mujer y no la mata


I.


Una vez me cayó un tronco en la cabeza y no me mató. Era grueso, no muy largo. Me encontraba en la fiesta de un amigo de mi hermana. Por suerte, el tronco estaba hueco, aun así era muy sólido y pesado. El anfitrión de la fiesta —un francés que vivía con su chico en un departamento grande, en medio de un barrio arbolado y lleno de cafés y gente paseando perros bañados oliendo a acondicionador— lo había comprado en un viaje a Chiapas; ahí los venden a turistas como tambores.


Como no conocía a casi nadie en la fiesta, me acerqué al librero para evadirme un poco —y también mirar con interés real— los libros que había. Di la espalda a lxs invitadxs detrás de mí y me sumergí en mi contemplación. No eran muchos. Estirando todos los minutos que ese acto podía salvarme de intentar interactuar, me volví hacia la fiesta; antes de decidir a dónde iba a ir a intentar integrarme, me recargué unos momentos en el librero. Ahí fue donde todo sucedió: al recargarme, lo moví un poco y el tronco, que se encontraba en su cima, rodó y cayó sobre mi cabeza. El golpe fue igual que el tronco: sólido y duro, pero, sobre todo, desconcertante. Para mí y para todxs en la fiesta, más que nada por el ruido que hizo al caer al piso después de su primer aterrizaje en mi cabeza.


Lo siguiente sucedió como en cámara lenta y rápida a la vez: corrieron a ver qué había pasado, me sentaron, me llevaron hielo, revisaron mi cabeza, me dieron agua, etc. Pero yo me sentía bien, en realidad sí me dolía, pero tampoco era tan intenso; ese día me había peinado un gran chongo con todo mi cabello
—que es crespo arremolinado justo encima de mi cabeza, esto amortiguó el golpe. Era más el susto lo que me tenía un poco paralizada.


Tanta atención de repente me obnubiló. Yo sentía que me veían con la necesidad de algo más, de que algo en verdad me pasara, como si les debiera un espectáculo; como que, si me hubiera desmayado, el suceso tendría un sabor más honorable, tendría más elegancia la vulgaridad del accidente, y entonces habría valido la pena detenerlo todo y hacerme el centro de atención. Pero no fue así, no hubo tal acontecimiento, yo seguía despierta, incómoda por la molestia que estaba causando. Permanecí sentada un rato, con un trapo lleno de hielos en la cabeza. Poco a poco, la gente a mi alrededor se fue disipando. Los hielos empezaron a derretirse y el agua fría resbalaba por mi cuello y mojaba mi ropa; empecé a sentir escalofríos.


No soporté mucho. Pocos minutos después me despedí, no porque me doliera el golpe del tronco en la cabeza, sino por la anatomía de las miradas: pasé de ser totalmente ignorada a ser demasiado vista, pero ahora me veían con sorpresa, preocupación y miedo de que en cualquier momento cayera al suelo convulsionándome y arruinara la fiesta. 


Después de convencer a mi hermana de que iba a estar bien, llamé un taxi y me fui. Le pedí, como favor especial, que ella se quedara disfrutando de la música y las bebidas. Llegué a mi casa, me acomodé en el sillón con una pequeña manta y me puse a ver la tele.
Mientras pasaban capítulos de alguna serie que ahora no recuerdo, lloré durante varias horas. Sentía algo en mí muy lastimado, pero no era la cabeza.


II.



Las palabras que podría utilizar para describir la sensación de un tronco cayendo en tu cabeza son:


golpe
sorpresa
ardor
aturdimiento
silencio
dolor
mareo
miedo
perturbación
muerte (posibilidad)
sangre (aunque ese día no sangré)
hormigueo
adormecimiento
vómito

vergüenza

tartamudeo

estupidez

desmayo

ganas de desaparecer



III.



He tenido otras veces una sensación similar: golpes atordecedores que vuelvo a sentir que debo desmayarme, que la ocasión lo amerita, pero no lo hago. Sigo. No han sido golpes físicos, en el sentido estricto, han sido más bien emocionales, pero sí se manifiestan en el cuerpo. La misma sensación de adormecimiento, ardor, miedo, mareo, vómito, hormigueo, querer desaparecer, etc. se repite.


Una vez, por ejemplo, fue cuando el hombre con el que salía y de quien en poco tiempo me había enamorado, un par de semanas después de decirme que conmigo nunca pensó tener nada serio, llevó a una reunión a su novia, con quien,
un par de meses después, se fue a vivir e hizo planes para casarse. Cuando la conocí, una de las primeras cosas que noté fue su hermoso cabello: completamente lacio y brillante.


Otra vez, fue cuando me hablaron por teléfono para decirme que a mi sobrino lo habían matado unos sicarios en Iztapalapa. De este atormecimiento nunca me he recuperado; desde ahí sigo no desmayándome, siguiendo despierta, pero sintiendo el escalofrío de las gotas frías por mi espalda. Sigo llorando mientras veo la tele, voy al trabajo, cocino, me baño, me acuesto, etc. 




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