sábado, octubre 10, 2020

 

 Viajes

Cuando era joven, viajaba con gran frecuencia. Pasé más de diez años yendo y viniendo; en aviones, hoteles, hostales, calles, metros, autobuses, trenes, etc. Primero lo hice porque era parte de mi trabajo, luego, porque mi vida se fue configurando de esa manera. Hace varios años que logré parar. No extraño la sensación de enfrentarse a lo desconocido o de ver cosas nuevas o hermosas. Extraño experimentar climas distintos a los de la ciudad donde vivo y el entrar a un café o a un restaurant a tomar algo caliente después de un día de exploraciones. Mi olfato agradece el ya no enfrentarse al olor de los aviones.

Distancia

8 kilómetros, 350 millas, 30 metros, etc. Todo viaje implica una distancia. Esta siempre está en referencia a su punto de partida.  En mi caso, la distancia era confusa, no sabía dónde colocar mi punto de partida ni de llegada. ¿De qué me alejaba cuando viajaba? ¿A dónde llegaba?  Es difícil saberlo cuando la distancia que en ese momento me imperaba no era física sino interior. 

Palabras

Gran parte de mis esfuerzos al partir de algo, al irme, al huir ha sido alejarme de las palabras. Temo a su fuerza centrífuga con la que atrapan. Crean mundos que parecen reales y de los cuales difícilmente se puede escapar. Construyen sistemas de orden y jerarquía que salen de lo abstracto y se imponen en la vida diaria. Someten con su belleza y con la ilusión de posibilidad. 

Cuando estudiaba letras veía a mis maestros predicar un sistema a partir del metro y la rima. Organizar sus vidas alrededor de aliteraciones y écfrasis.  Eran como lazos que lanzaban y yo me dejaba atrapar. Daban color y aroma a mi existencia. Las ideas y las descripciones del mundo que las palabras alcanzan me conmovían, me hipnotizaban como nada más fuera de ellas. 

Pero muchas veces el manierismo frívolo se imponía. El tratar a la gente como idiotas solo por no tener un doctorado o por no conocer de memoria un verso famoso es muy común en la academia.

Con mis viajes quería huir no solo de ellas, sino también de ese absurdo sistema que se traducía en cuartillas y cuartillas de diminutas manchas uniformes que escondían el intento de sustituir universos. 

Cuando vivía en Francia, veía a mi roomie devorar libros y ser devorada por las horas del día que pasaba escribiendo y escribiendo. Temía volverme ella, temía no ser ella.

Imágenes

Luego me acerqué a las imágenes. No es un mundo mejor.

No hay manera de escapar 

Pero la realidad es que las palabras te escogen y te persigue: no hay manera de escapar.

Fronteras

La frase "cuando era joven" es una frontera. Es delimitarme. Poder escribirla me da tranquilidad. Dejar de intentar ser joven: dejar de sentirme obligada a actuar como se espera. La neurosis actual de mantenerse joven es un agobio, se convierte en ridículos y en frustraciones. 

Puedo escribir "cuando era joven" gracias a un ensayo que leí de Ursula K. Leguin. 

Para mí, dejar de ser joven es empezar a reconciliarme con las palabras. (Quería escribir más aquí pero por hoy no puedo, estoy muy conmovida, tengo que parar. Con estas palabras estoy descubriendo algo muy profundo para mí.  Hace falta continuar y autoeditar esta entrada y autocorregir el estilo pero no sé si hoy lo haga, no sé si algún día lo haga).




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