sábado, enero 02, 2016



Despertó. Como todas las mañanas, con la humildad -y con la desventaja que esta da- de saberse diminuto en el mundo, uno más ante la inmensidad del número de personas, y del número de mundos en el universo.  Pero esta vez pudo reconocer, a diferencia de las otras mañanas, al mirar las palmas de sus manos, que la palma derecha lo había dominado los últimos treinta años.
Extendió sus brazos a la altura de su pecho, luego lentamente abrió los puños en dirección hacia sus ojos. Ahí estaban, las palabras grabadas en ellas. 
                           Todas las mañanas, mientras su mamá salía a trabajar, su abuela lo cuidaba. La anciana le hacía extender sus manos y sobre ellas murmuraba.  Luego le decía que si cuando creciera encontraba el balance entre ellas, sabría cómo vivir. En la mano izquieda repetía "las cosas son" y en la derecha "las cosas deben ser". 


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