viernes, diciembre 25, 2015

                                                                       
O


El viajero llega a O y comprueba una de las dos cosas que en el camino otros viajeros como él le advirtieron: en O los ojos se vuelven ciegos; pero no dejan de ver.  
               El viajero pronto se habitúa a su camino y en él, al medio día, se encuentra al fotógrafo ciego -retratista de la ciudad- y ambos se palpan los ojos.  Con este suave gesto táctil, ambos miran lo que el otro ve y el viajero comprueba lo segundo que los otros antes le dijeron: la imagen de O no es una sola y nunca es la misma. 
               La ciudad de O no le permite al viajero poseerla con la mirada, es ella quien lo posee. Es ella quien penetra en los ojos del viajero y llega a lo más íntimo de sus sueños. De ellos extrae sus deseos y anhelos, sus miedos y ansiedades, sus frustraciones y odios, sus ambiciones y cariños. Con ellos teje una imagen única que proyecta en el interior de los párpados de cada viajero. Por esto es que todo aquel que llega a O se enamora y entonces cree haber llegado a la ciudad de sus sueños. 




No hay comentarios.: