Una ciudad puede ser una isla. Hay países que ellos todos son una isla. Uno se convierte en una isla en medio de un solitario mar de gente. El aire se vuelve mar y nosotros en él lo habitamos cual islas. Las palabras de los otros nos llegan en cucuruchos de papel en botellas; mientras tanto las aves hablan bajo nuestra tutela, evitando las palabras que no quisiéramos nunca más volver a escuchar. Los días corren y uno se esfuerza por contarlos con pequeñas marquitas en una piedra. Se construyen castillos y se imponen leyes para esa isla que somos nosotros y que sólo nosotros habitamos. Y entonces la pregunta inevitable: ¿Qué día llegará Viernes?
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