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Bitácora de una despedida temporal
Hoy, día escogido arbitrariamente o tal vez sólo porque llueve, he decidido empezar a despedirme de todos aquellos y todo aquello que no veré durante un año.
Día Uno
Empiezo mi despedida con un verso de Gilberto Owen, quien me hizo el favor de sugerirme -sin él saberlo o sin que esa haya sido su intención- cobijado por la lejanía del tiempo, esta bitácora, con su "Bitácora de Febrero".
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Día primero,
Día primero,
El naufragio
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Esta mañana te sorprendo con el rostro tan desnudo que temblamos;
Esta mañana te sorprendo con el rostro tan desnudo que temblamos;
sin más que un aire de haber sido y sólo estar, ahora,
un aire que te cuelga de los ojos y los dientes,
correveidile colibrí, estático dentro del halo de su movimiento.
Y no hablas. No hables, que no tienes ya voz de adivinanza
y acaso te he perdido con saberte,
y acaso estás aquí, de pronto inmóvil,
tierra que me acogió de noche náufrago
y que al alba descubro isla desierta y árida;
y me voy por tu orilla, pensativo, y no encuentro
el litoral ni el nombre que te deseaba en la tormenta.
Esta mañana me consume en su rescoldo la conciencia de mis llagas;
sin ella no creería en la escalera inaccesible de la noche
ni en su hermoso guardián insobornable:
aquí me hirió su mano, aquí su sueño,
en Emel su sonrisa, en luz su poesía,
su desamor me agobia en tu mirada.
Y luché contra el mar toda la noche,
desde Homero hasta Joseph Conrad,
para llegar a tu rostro desierto
y en su arena leer que nada espere,
que no espere misterio, que no espere.
Con la mañana derogaron las estrellas sus señales
y sus leyes y es inútil que el cartógrafo dibuje
ríos secos en la palma de la mano.