viernes, marzo 10, 2017



En la clase de Tai Chi el maestro nos pide que pongamos nuestra mente en blanco. Que nos vaciemos. Yo no puedo. Mis pensamientos siguen llegando a mí sin poder evitarlo.  Caen uno a uno. Sin embargo, a diferencia del caos y capricho con el que con frecuencia simplemente llegan, durante la  clase –que es como entrar a una burbuja esponjosa que no se rompe durante hora y media– se acomodan uno al lado de otro encontrando el espacio indicado, se encadenan y embonan, como bloques de tetrix.

Hoy, mientras partíamos agua imaginaria con las manos, tuve la misma sensación que experimenté el miércoles pasado en el homenaje a Duke Ellington. Mientras los músicos tocaban –uno de ellos un amigo muy querido– yo tenía la sensación de encontrar un delgado hilo dentro de mí que se prolongaba canción con canción.






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